Licenciado en Historia y miembro de la Asociación de Archiveros de Canarias
(ASARCA).
Destrucciones y revoluciones
Estamos
asistiendo en estos días a un espeluznante espectáculo que los diversos medios
de información (periódicos, radios, televisiones, internet) nos ofrecen
descontextualizado, casi de manera descarnada, sólo inserto en la dinámica
fugaz de las noticias, en la simplicidad de contar la realidad de una pasada,
tan rápido como un tuit de 140 caracteres. Sin mayores repercusiones, la
devastación del patrimonio cultural que está acometiendo ISIS, en el Museo de
Mosul y más recientemente en la trimilenaria Nimrud, nos llega como un mensaje
lejano, estereotipado, sin alcanzar a entenderse la gravedad del asunto en
cuestión, aplicándose tan sólo una sentencia vulgar y limitadora: “Ya están
otra vez esos terroristas con sus bombas, con sus locuras, con su
intransigencia”.
Pero no se
trata sólo de eso. Sobre todo, debemos hablar de cómo se desangra una gran
parte de nuestra cultura, de nuestra civilización, en esa región del Próximo
Oriente que tan poco importa al mundo occidental, salvo cuando están en juego
los intereses petroleros. No es descabellado pensar que de los lodos de la
invasión de Irak de 2003, provienen ahora estos barros macabros que perpetra
ISIS, con la total indiferencia de una siempre mal llamada “comunidad
internacional”, sin que nada ni nadie promueva soluciones de arreglo común y de
salvaguarda de nuestros cimientos.
Porque si
el actual Estado Islámico (al-Dawla
al-Islāmīya), de naturaleza yihadista
suní, es hijo directo de Al Qaeda, a los países de Occidente le cabe el
deshonroso honor de haber entrado como elefante en cacharrería en aquel
laberinto iraquí, usando las mentiras de las armas de destrucción masiva para
desestabilizar y dominar infructuosamente un territorio altamente complejo y
diverso.
Mas,
¿qué tiene que ver todo esto con la archivística? Según se mire, mucho,
muchísimo. No sólo porque desde un punto de vista general debamos estar siempre
atentos a cualquier manifestación de destrucción cultural, sino también porque
está en riesgo un patrimonio documental rico, fundamental para entender nuestra
Historia, que tuvo uno de sus pilares en Mesopotamia: la literatura sumeria, el
Código de Hammurabi, el esplendor asirio de Nínive y Assur, la biblioteca de
Asurbanipal, los textos cuneiformes.
Lo
lamentable es que una de las primeras medidas en toda guerra –y este conflicto
es claramente eso– consiste en acabar de inmediato con todos los relatos que expliquen
el pasado, que sirvan como prueba de la vida anterior en esos lugares. Irak,
pues, no está libre de esta amenaza. Así, si hace doce años se produjo el
expolio de la Biblioteca de Bagdad, no caben dudas de que en la actualidad,
otros centros de significación, junto con variados libros y recursos, están
sufriendo el mismo expolio devastador, muchas veces con destino a acaparadores
y coleccionistas europeos y norteamericanos.
De forma
paralela, la Directora General de la Organización de las Naciones Unidades para
la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), Irina Bokova, ha alertado de
que “No podemos permanecer en silencio. La destrucción deliberada del
patrimonio cultural constituye un crimen de guerra”. Mientras, su predecesor en
el cargo, el japonés Kōichirō Matsuura, ya había
propuesto a la altura de aquel 2003 la creación de una “policía patrimonial”
para proteger los sitios culturales del país, pergeñando además planes para
enviar un equipo de expertos en arqueología y archivos históricos, que evaluaran
los potenciales daños tras la invasión. Lógicamente, nada de ello se ha
conseguido a la postre, las palabras el viento también las ha arrasado.
Por eso,
cualquier persona, y en especial las archiveras y archiveros –de Canarias, de
España, de cualquier lado–, según su ámbito de actuación y sus posibilidades,
no está exenta de alguna responsabilidad u obligación, incomparable por
supuesto a la de los principales actores políticos de la res pública, que
debieran establecer los grandes ejes de decisión. Por lo tanto, ¿qué podemos
hacer desde nuestra esfera?
Según se
mire, también mucho, muchísimo. Quizá lo primordial esté en la concienciación
del valor patrimonial de los documentos, en dar prioridad a su relevancia como
vehículo de expresión humana. Porque una sociedad sin documentos –físicos,
digitales; administrativos, artísticos–, no puede alcanzar cuotas de progreso
aceptable, y no es capaz de sobreponerse a la vorágine que impone la
naturaleza.
Más allá
de esta concepción retórica, a un nivel más práctico, también existen
alternativas interesantes, no necesariamente con el mismo cariz, pero sí con la
misma finalidad. Entre ellos, quisiera destacar aquí un proyecto que
surgió enmarcado en el proceso de la revolución en Bolivia, que encabezara Evo Morales,
tan de moda hoy por la pretendida vinculación con el partido Podemos, con
Venezuela, Ecuador y Cuba.
Me
refiero a las Brigadas Internacionalistas Solidarias para las Bibliotecas y
Archivos de América Latina (BRISAL), que nacieron en noviembre de 2008 con
motivo del I Seminario sobre la destrucción del patrimonio, celebrado en La
Paz. Dichas brigadas, constituidas por
equipos de trabajo con bibliotecarios, archiveros y personas interesadas en la
revolución de aquel país, realizan durante un período de tiempo –entre dos
semanas y dos meses– “diferentes actividades solidarias de carácter técnico y
no técnico en centros de conservación y difusión de información y
documentación, archivos y bibliotecas”. Dentro de esas actividades encontramos
la limpieza y accesibilidad de los fondos, su ordenación, catalogación,
descripción y digitalización, la realización de cursos y talleres, o el
contacto con personalidades y representantes de las zonas en donde se trabaje.
No puedo
negar que me parece, por lo menos, una idea atractiva y asumible, que
reportaría múltiples beneficios, tanto para los integrantes como para el propio
patrimonio en cuestión. Tal vez sería idóneo plantear por estos lares, incluso
si fuera posible por aquellas peligrosas tierras iraquíes, alguna acción
similar de rescate de urgencia, de puesta a disposición colectiva de obras
bibliográficas y documentos en riesgo. Unidades de salvamento con el objetivo
de crear sinergias y de contribuir en una labor próspera y enriquecedora. Puede
sonar utópico, sí. Pero a lo mejor es una buena manera de escapar de las torres
de marfil y de la indiferencia. Trabajando en defensa de la cultura, luchando
pacíficamente contra la barbarie de la cerrazón y el embrutecimiento de las
bombas.
VEGUEROS S.M.