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martes, 14 de abril de 2015

DEL CENTRO POLÍTICO Y OTRAS AMBIGÜEDADES.-

José Iván Rodríguez 
Licenciado en Historia por la ULPGC


Del centro político y otras ambigüedades
Hace algunos días surgía en los medios un interesante debate a cuentas del centrismo político, y tras algunos comentarios se me despertaron las ganas de intervenir en el asunto, ya no como juez superior o definidor de la controversia, sino simplemente para expresar también una opinión al respecto, que espero igual de respetable.
La importancia de este tema cobra sin duda especial relevancia en estos precisos momentos, a las puertas de unos comicios electorales que, si seguimos las predicciones de las encuestas, a buen seguro transformarán la configuración del poder y del entramado institucional, no sólo a nivel local y cercano, sino también en el ámbito insular y regional, con las consecuentes implicaciones posteriores para toda la política del país.
En este sentido, la utilización por parte de algunas organizaciones del adjetivo centrista, como calificativo limpio para expresar la no radicalidad, aparece sin embargo como una estratagema que suele esconder obscuros intereses, cuando no una clara determinación para recoger el favor de distintos tipos de personalidades, sin la molesta carga de identificarse con una u otra parcela. A todas luces resulta evidente que se puede ser más o menos moderado, un tímido o un exaltado irredento, pero jamás puede entenderse que alguien sea meramente de centro, con una perfecta equidistancia hacia todos los posicionamientos. Sería, en palabras de Víctor Jara, algo sin “ni chicha ni limoná”.
Ni siquiera el propio estado ha jugado históricamente ese papel de centralidad, sino que por el contrario ha favorecido a uno u otro grupo, practicando políticas modernizadoras o contrarreformistas. Aquí, nuestro ejemplo más palpable lo encontramos en la extinta Unión de Centro Democrática (UCD), que recogió en su seno a la rama más conciliadora del post-franquismo, con Adolfo Suárez a la cabeza, proveniente por tanto del mismo sistema dictatorial que los vio nacer.
A finales de los años setenta y comienzos de los ochenta del siglo pasado, era impensable que la transición hacia un régimen democrático en España fuese desarrollada por un partido específicamente denominado de derechas –o en su caso, liberal–, sobre todo por los resquemores que pudiera hacer surgir en cuanto a reanimar el conflicto guerracivilista. Recordemos, así, cómo la presencia de la CEDA, la Conferencia Española de Derechas Autónomas de José María Gil Robles, había fagocitado el enfrentamiento entre bandos, siendo por tanto un peligroso antecedente que pudiera echar por tierra la necesaria reconciliación nacional tras la muerte del dictador.
Por ello, si la UCD se instituyó como tal, lo hizo motivada para evitar el encono y la animadversión del contrincante y de los demócratas, a la vez que servía como atractivo para los todavía afectos al sistema “de los cuarenta años”, que podían ver en ella a una organización “moderna y democrática”. En este caso, pues, el centro por sí solo no explica nada, ya que verdaderamente podría haberse denominado como Unión de Conciliación Democrática. La desmembración de aquella UCD motivada por luchas intestinas, y los resultados posteriores obtenidos por el Centro Democrático y Social (CDS), corroboran esta insuficiencia del centro como vertebrador de algún movimiento, toda vez que los electores prefieren decantarse por una expresión concreta.
De hecho, la hoy cuestionada rivalidad entre Partido Popular y Partido Socialista también puede leerse bajo este prisma, el del posicionamiento específico, ya que hasta hace unos años los partidarios de uno u otro partido creían estar ubicados en el binomio izquierda-derecha, por más que ambos partidos colaboraran luego en establecer un sistema muy parecido al de la Restauración borbónica de 1874, con el turnismo político como característica clave.
Tal vez haga falta contextualizar un poco más esta cuestión. Retrocedamos hasta la caída del muro de Berlín y la derrota del comunismo. Ese crucial acontecimiento, contrariamente a lo que había defendido con ímpetu Francis Fukuyama y sus seguidores, no acarreó el final de la Historia, sino el principio de un nuevo tipo de historia, con la preponderancia de la ideología neoliberal y el encaje en un sistema globalizado del que hoy somos dependientes y ejecutores. Ese ambiente fraguó en la supremacía moral del liberalismo, desatado de otro contrapeso que le cuestionase sus valores y pragmática.
Así, cuando en ese contexto José María Aznar declara que él y el PP son el nuevo referente del centro liberal, no hace más que poner en evidencia una realidad y un deseo: recalcar su doctrina ideológica y atraerse a más partidarios. Mientras, el PSOE se autoproclama partido de izquierdas, pero atrás ha dejado el marxismo –en el complicado Congreso de Suresnes reniega de tal axioma–, y su política económica no dista mucho del respeto al liberalismo y al mercado. Una socialdemocracia mal avenida con el sentimiento izquierdista más puro.
Lo que intento explicar, pues, es que la utilización del término “centro” carece de sentido, puesto que nos colocaríamos en un no-lugar, etéreo e inconsistente, olvidándonos de que lo primordial es el tipo de políticas que se lleven a cabo, más allá de las intenciones pactistas para llegar a acuerdos con los contrincantes.
Otro ejemplo, esta vez más próximo, lo tenemos en Canarias con el Centro Canario Nacionalista (CCN), del que desconocemos sus principales tendencias programáticas, pero que ha sabido entenderse fácilmente con fuerzas conservadoras –pongamos por caso el Ayuntamiento de Telde–, o que se suma a planchas insularistas como la reciente y polémica “Unidos por Gran Canaria”. También es cierto que al CCN le lastra otro calificativo no menos complejo, el del nacionalismo, que requiere aún de un estudio estructural para todo el Archipiélago. Sin embargo, aunque no debo extenderme mucho ahora sobre este particular, sí que parece obvio que también dentro del nacionalismo caben distintos perfiles, con igual o superior indefinición que en el centrismo, por las diferencias evidentes habidas entre los planteamientos de Coalición Canaria, de Nueva Canarias, del CCN o, incluso yendo más allá, de Convergència i Unió, del PNV, etc.
La idea fundamental, en definitiva, es que no valen eufemismos ni medias tintas, sobre todo porque la ciudadanía está solicitando la enérgica actividad de sus representantes, sin esconder la cabeza en abstractas fórmulas, sino siendo claros y precisos en sus premisas.
Aquí radica, en última instancia, una de las mermas que se les achaca a Podemos y a Ciudadanos, su falta de definición, su manifiesta ambivalencia. Habrán entendido, quizá, que “a río revuelto ganancia de pescadores”, es decir, que su no concreción podrá permitirles el voto de más personas. Pero eso demostraría la existencia de un cálculo soterrado, hasta cierto punto indecente: si alguna vez acceden a los puestos de gestión pública, muchos pudieran no comprender luego las medidas que realicen. Por eso es más necesario que nunca abandonar medias verdades como las del centro político, ir de frente y apostar por explicar de forma diáfana lo que se quiere y no se quiere hacer. Porque una democracia moderna y de calidad no se anda por las ramas.
VEGUEROS S.M.